miércoles, 4 de noviembre de 2015

Qué nos estamos perdiendo al no paternar

Encuentro más fructífero hablar de las diferentes formas en cómo vivimos los hombres la paternidad e ir explorando las condiciones individuales, materiales, culturales y sociales que podrían contribuir al ejercicio de una paternidad más nutritiva y afectuosa, que pueda incidir positivamente en el desarrollo de los hijos y de los propios padres, a la cual llamaré paternar.
En principio, un connotado investigador de El Colegio de México, Juan Guillermo Figueroa, señala que uno de cada tres hombres no sabe en cuántos embarazos se ha visto involucrado y por tanto muchísimos hombres no saben en qué han terminado los embarazos en los cuales han participado.
Si uno de cada tres hombres no sabe o no estaría seguro del número exacto de mujeres que ha embarazado, por principio el 33 por ciento de los varones no hemos tenido las suficientes precauciones para saber fehacientemente, si por ahí existe o no, un hijo nuestro, por tanto seguramente hay muchos hombres que son padres y ni siquiera están enterados de ello.
Esto no puede seguir siendo ni un dato curioso, ni un chiste, hay que empezar a discutir lo que ello significa. Sin duda a más de uno, esta realidad nos debe poner a pensar, para no trivializar el relegar la parte de la responsabilidad masculina en el ejercicio de nuestra sexualidad y nuestra paternidad.
Ello nos sugiere pensar la paternidad incluso desde las relaciones sexuales no deseadas, o sin las precauciones debidas, y entonces saber asumir el riesgo de provocar un embarazo y lo que resulte de él.
Hay hombres que viven como los «atrapados», los «engañados» o los «usados» son aquellos que les llegó de improviso la paternidad, sea por que no usaron o les fallaron los métodos anticonceptivos y omitieron el condón; la pareja decidió embarazarse y ellos no estuvieron de acuerdo; no fueron enterados, o bien fue un descuido mutuo no resuelto. A este sector de varones, les cuesta asumirse como papás después de saberse padres biológicos, y adjudicarse, en consecuencia su paternaje, habrá en que empezar a nombrar lo que viven, hacen o dejan de hacer estos padres.
Por lo general los hombres restantes que sabemos que embarazamos y vivimos con la pareja, asumimos la paternidad —si es que lo hacemos— cuando menos nueve meses después que las mujeres, es hasta que nos damos cuenta que está presente un individuo siempre ahí y no se va a casa, que entonces nos posesionamos como padres.
Los que lo viven con cierto pesar o se hacen cargo de la paternidad desde el conflicto, hablan más de los gastos, las prisas y las molestias, y menos de sus emociones por la llegada de un hijo o hija, los más renuentes rechazan y se molestan porque nació y no lo tenían previsto, y aún muchos se siguen molestando porque fue niña y hasta culpan a la esposa por ello, para otros más la llegada del primer hijo acentúa más los conflictos e incluso la violencia hacia la compañera.
Para cualquier varón, que no descubra que puede existir un gran disfrute y muchas oportunidades de crecimiento personal en el ejercicio de la paternidad, esa vivencia obviamente será más caótica.
Sin desconocer las muchas molestias, preocupaciones y dificultades que acarrea la llegada de un hijo, esa tremenda experiencia la podemos convertir en una gran oportunidad si logramos descubrir que un hijo o hija nos permite de muchas formas humanizarnos y contactarnos más a nosotros mismos.
Un bebé por ejemplo nos posibilita redescubrir y ejercer nuestra ternura, apapachar, cuidar, querer a otro ser. Conocer la maravilla de ver nacer un hijo es una experiencia inolvidable y agregaría definitiva para que los padres estrechemos aún más el vínculo con nuestros descendientes, no hay palabras para describir la emoción de verlos nacer. Cargar, bañar, dormir, cuidar, alimentar a un bebé o un niño o niña, permite explayar muchos de nuestros sentimientos que bajo ninguna otra circunstancia lo podríamos hacer.
Difícilmente podrá haber alguna satisfacción y emoción igual a la de encariñarse, amar y participar en la crianza y cuidado de nuestros hijos si fueran profundamente deseados, y no hay alegría mayor que la de verlos felices.
Las niñas y los niños pequeños dan a los padres tremendas satisfacciones y oportunidades, en principio medir nuestra capacidad de tolerancia y descubrir nuestros límites de paciencia ante prolongados llantos y desobediencias, al saber la posibilidad de superar el asco al cambiar un pañal, priorizar al hijo ante nuestro auto, grupo de amigos, trabajo o fútbol, o afirmar nuestro temple ante alguna enfermedad de ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario