No busques en el diccionario el significado de la palabra hijo. Para saber lo que hay detrás de ella, solo tienes que preguntarle a una madre. De inmediato, los sentimientos florecen, se nos dibuja una sonrisa en los labios, pestañeamos sin cesar y se nos engrandece el corazón.
Aunque insistan que los hijos no deben ser todo en la vida de una madre, la verdad es que -en la práctica- sí lo son.
Desde que supe que estaba embarazada tuve un sentimiento especial por esa personita que se estaba formando dentro de mi. “Te amo y siempre te voy a amar”, le decía mientras me sobaba la panza. Cuidé cada detalle de mi embarazo para que se formara bien. Suplí sus necesidades y seguí las recomendaciones de mi obstetra. Lo único que me importaba es que llegara saludable. Todo en mi vida giraba alrededor de mi “granito de arroz”.
Al tenerlo en brazos la historia fue otra. Una mezcla de emociones recorrió todo mi cuerpo. Me sentía aturdida y abrumada con todo lo que estaba viviendo. Luego lo observé, lo pegué a mi nariz para olerlo y sonreí. Desde entonces somos cómplices en esta aventura. Desveladas, risas, llanto, frustración, esperanza…
El amor que siento por mi hijo va más allá de mi. Cada paso que doy lo hago pensando en su futuro y no en el mío. Cada decisión que tomo lo hago pensando es si es algo bueno o malo para él. Cada cosa que vivo lo vivo por él.
No me importa que digan que algún día él se irá y no tendré nada que hacer porque mi vida como madre giró alrededor suyo. Lo que si me importa es que, hasta que eso ocurra (y siempre), él sea feliz. Que sepa que cuando uno ama y ese amor es real no hay nada más importante y urgente.
¡Ojo! Yo trabajo fuera de la casa, tengo muchas responsabilidades, saco tiempo para mi y también salgo con mi esposo a disfrutar de veladas románticas y eróticas.
Pero la verdad es una y no me molesta admitirlo: mi hijo es todo.


No hay comentarios:
Publicar un comentario